sábado, octubre 18, 2008



Y vio Dios que era bueno



Te arrancas el disfraz y vuelves a tus orígenes. Estamos cerca, muy cerca, jugamos a la Vida reconociéndonos cada uno en el cuerpo del otro. Me recorres, me bebes y te sumerges en el agua clara de un mundo propio. Tuyo. Nuestro. Un mundo que inicia y termina en la puerta frágil de madera oscura que quisiera caerse a cada instante.
Te quedas quieto con los ojos abiertos, asombrados de ti mismo y de nuestros cuerpos juntos uno frente al otro, sobre el otro, entre el otro.
Te quedas quieto velándome el sueño, me cuentas cuentos. Me cuentas cuentos recién inventados y me bañas de flores y de palabras.
Y perdemos hasta el nombre.
Somos entonces las parejas antiguas de todos los tiempos, somos nosotros mismos recién nacidos: recién inventados inventando mundos alternos para retozar
desnudos como niños
desnudos como viejos
desnudos como amantes
como siempre
como ahora
como antes.
Te quedas quieto grabando mi cara atrás de tus ojos como talismán contra la mala memoria. Reconoces mi boca con tus manos, mis piernas con tus manos, mi cara con tus manos. Los bautizas. Les das nuevo nombre y el nombre es bueno.
Y vio Dios que era bueno.
Te reconstruyo. Abro los ojos y te reclamo. De nuevo me tocas. De nuevo nuestros cuerpos se tocan y de nuevo el espacio desaparece, se transforma y se multiplica. Y de nuevo nada existe.
Renacemos al mundo limpios y conversos, como recién paridos.
¿Y vio Dios que era bueno?
Me imagino y pienso y me parezco a ti, a lo que sientes, porque soy tu sentimiento, tu sueño tranquilo y tu respiración en mi espalda, tu espalda, esos días que se repiten en el tiempo y el espacio y que no mueren, que no se van porque son tuyos.

1 comentario:

  1. Coincido contigo que este fragmento es de las partes más bonitas de Nadie, ni siquiera la lluvia :)

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