¿Qué fue de los Superhéroes?
(O la profesía que cambió el rumbo de mi vida)
(O la profesía que cambió el rumbo de mi vida)
En ese proverbial y misterioso Principio De La Humanidad, la comunicación era menos complicada: las señales de humo eran más efectivas que cualquier comunicado de prensa.
En La Actualidad, con todo lo que La Actualidad conlleva —tecnología digital, inteligencia artificial, computarización interactiva, telefonía celular, mensajes de texto, chats en tiempo real, redes sociales, blue tooth, E Te Ce—, la contaminación visual ha provocado una enorme confusión que hace imposible distinguir entre un llamado de auxilio y un ardid publicitario.
En Ciudad Gótica la comunicación también era sencilla. Bastaba con dirigir una señal al cielo para que Batman salvara a la humanidad de las más terribles hecatombes.
Ahora, gracias a la última devaluación, la recesión, el PAN, el PE, el PRI y el deterioro de la Selección Nacional, no hay superhéroe capaz de interpretar nuestros mensajes.
Por eso ellos creen que su pueblo ya no los necesita.
Me los imagino aburridos en La Legión, esperando nuestro llamado en la sala de juntas; irremediablemente solos en su central de operaciones, creyendo que los hemos olvidado o que preferimos la protección de las empresas de seguridad privada a su ayuda amorosa y desinteresada.
Pienso en Aquamán, Linterna Verde y el Hombre Araña; en el Dúo Dinámico, el Flash y el Capitán América absolutamente desconsolados, asomándose por las ventanas de su edificio transparente —sospechosamente parecido al Monte Olimpo—, tratando de sonreír o quejándose porque los humanos somos una raza de malagradecidos; recordando la muerte de Supermán en manos no del malvado Doomsday, sino del pendejo al que se le ocurrió que así aumentarían las ventas de Marvel Comics.
¡Qué falta de respeto tan grande! Sacrificar al Súper como estrategia publicitaria sin tomar en cuenta sus años de entrega, su defensa de la humanidad a cambio del amor de una periodista y su servicio gratuito a quien lo necesitara sin pedir a cambio nada más que una sonrisa, sin percatarse siquiera de que su presencia kriptonizaba el corazón de cientos de mujeres que, como yo, jamás podremos olvidarlo.
Los Superhéroes también sufren. Los he visto vagar sin rumbo fijo con el traje raído y la capa manchada, tratando de ahuyentar la tristeza con una botella de mezcal en algún callejón oscuro o más de cuatro cervezas del Sótano Suizo; lamentándose de la situación económica y tratando de consolarse unos a otros con el recuerdo de tiempos mejores. Los he escuchado quejarse de que los precios han aumentado, de que la vida es más difícil y de que las mujeres ya no son como antes. Los he visto guardar silencio cuando alguien menciona a Luisa Lane y brindar a la salud de ese gran ejército de novias sacrificado al servicio de La Humanidad.
Los Superhéroes siguen siendo solteros. Su corazón aún se enciende al contacto de un par de ojos femeninos. Y yo sigo aquí solita, tan abandonada a mi suerte, tan sentada en la desesperanza, pensando que en el mundo ya no hay solteros que valgan la pena.
Pero esta vida moderna hace muy difícil que uno se fije en los defensores de las grandes causas. Con tanta crisis, tanta catástrofe y tanta violencia, es más importante la seguridad económica que un corazón noble y un uniforme llamativo.
¿Qué sería de mí —pregunto— con un marido superhéroe? ¿Qué haríamos nosotras, todo este contingente de mujeres disponibles, toda esta legión de buscadoras incansables de preñadores voluntarios y guardianes del buen bolsillo, con un marido que usa calzones colorados arriba de los pantalones y prefiere volar, nadar, correr a la velocidad de la luz, convertirse en una mole, comunicarse telepáticamente con los animales marinos, trepar por las paredes o simplemente liarse a golpes a buscarse un buen trabajo?
Queridos Superhéroes, seres encantadores, solteros incorregibles, valientes mal domesticados: es imposible vivir con un tipo que no se lava las manos después de salvar al mundo.
Es difícil soportar un marido que tiene visión de rayos equis y se dedica a rescatar damiselas.
Es vergonzoso salir con un galán que anda por las calles con antifaz, pantaloncillos cortos y botines rojos.
Es duro superar el mal gusto.
Pero las mujeres aún deseamos ser salvadas. Los dedos de nuestro corazón se mantienen cruzados y estamos dispuestas a perdonar casi cualquier cosa.
Millones de relojes biológicos alrededor del mundo hacen tic-tac al unísono mientras que miles de mujeres nos dejamos crecer la cabellera en espera fiel del héroe que llegará a rescatarnos del pozo oscuro de la soledad canija.
Queremos maridos.
Queremos pastel de bodas, vestido blanco y recuerditos cursis.
Queremos casa de tres recámaras con un perro a la puerta y un jardín lleno de pequeños semi-héroes.
Queremos ser salvadas de perecer en las garras de la malvada soltería.
Queremos ser amas de casa, queridos Superhéroes.
En La Actualidad, con todo lo que La Actualidad conlleva —tecnología digital, inteligencia artificial, computarización interactiva, telefonía celular, mensajes de texto, chats en tiempo real, redes sociales, blue tooth, E Te Ce—, la contaminación visual ha provocado una enorme confusión que hace imposible distinguir entre un llamado de auxilio y un ardid publicitario.
En Ciudad Gótica la comunicación también era sencilla. Bastaba con dirigir una señal al cielo para que Batman salvara a la humanidad de las más terribles hecatombes.
Ahora, gracias a la última devaluación, la recesión, el PAN, el PE, el PRI y el deterioro de la Selección Nacional, no hay superhéroe capaz de interpretar nuestros mensajes.
Por eso ellos creen que su pueblo ya no los necesita.
Me los imagino aburridos en La Legión, esperando nuestro llamado en la sala de juntas; irremediablemente solos en su central de operaciones, creyendo que los hemos olvidado o que preferimos la protección de las empresas de seguridad privada a su ayuda amorosa y desinteresada.
Pienso en Aquamán, Linterna Verde y el Hombre Araña; en el Dúo Dinámico, el Flash y el Capitán América absolutamente desconsolados, asomándose por las ventanas de su edificio transparente —sospechosamente parecido al Monte Olimpo—, tratando de sonreír o quejándose porque los humanos somos una raza de malagradecidos; recordando la muerte de Supermán en manos no del malvado Doomsday, sino del pendejo al que se le ocurrió que así aumentarían las ventas de Marvel Comics.
¡Qué falta de respeto tan grande! Sacrificar al Súper como estrategia publicitaria sin tomar en cuenta sus años de entrega, su defensa de la humanidad a cambio del amor de una periodista y su servicio gratuito a quien lo necesitara sin pedir a cambio nada más que una sonrisa, sin percatarse siquiera de que su presencia kriptonizaba el corazón de cientos de mujeres que, como yo, jamás podremos olvidarlo.
Los Superhéroes también sufren. Los he visto vagar sin rumbo fijo con el traje raído y la capa manchada, tratando de ahuyentar la tristeza con una botella de mezcal en algún callejón oscuro o más de cuatro cervezas del Sótano Suizo; lamentándose de la situación económica y tratando de consolarse unos a otros con el recuerdo de tiempos mejores. Los he escuchado quejarse de que los precios han aumentado, de que la vida es más difícil y de que las mujeres ya no son como antes. Los he visto guardar silencio cuando alguien menciona a Luisa Lane y brindar a la salud de ese gran ejército de novias sacrificado al servicio de La Humanidad.
Los Superhéroes siguen siendo solteros. Su corazón aún se enciende al contacto de un par de ojos femeninos. Y yo sigo aquí solita, tan abandonada a mi suerte, tan sentada en la desesperanza, pensando que en el mundo ya no hay solteros que valgan la pena.
Pero esta vida moderna hace muy difícil que uno se fije en los defensores de las grandes causas. Con tanta crisis, tanta catástrofe y tanta violencia, es más importante la seguridad económica que un corazón noble y un uniforme llamativo.
¿Qué sería de mí —pregunto— con un marido superhéroe? ¿Qué haríamos nosotras, todo este contingente de mujeres disponibles, toda esta legión de buscadoras incansables de preñadores voluntarios y guardianes del buen bolsillo, con un marido que usa calzones colorados arriba de los pantalones y prefiere volar, nadar, correr a la velocidad de la luz, convertirse en una mole, comunicarse telepáticamente con los animales marinos, trepar por las paredes o simplemente liarse a golpes a buscarse un buen trabajo?
Queridos Superhéroes, seres encantadores, solteros incorregibles, valientes mal domesticados: es imposible vivir con un tipo que no se lava las manos después de salvar al mundo.
Es difícil soportar un marido que tiene visión de rayos equis y se dedica a rescatar damiselas.
Es vergonzoso salir con un galán que anda por las calles con antifaz, pantaloncillos cortos y botines rojos.
Es duro superar el mal gusto.
Pero las mujeres aún deseamos ser salvadas. Los dedos de nuestro corazón se mantienen cruzados y estamos dispuestas a perdonar casi cualquier cosa.
Millones de relojes biológicos alrededor del mundo hacen tic-tac al unísono mientras que miles de mujeres nos dejamos crecer la cabellera en espera fiel del héroe que llegará a rescatarnos del pozo oscuro de la soledad canija.
Queremos maridos.
Queremos pastel de bodas, vestido blanco y recuerditos cursis.
Queremos casa de tres recámaras con un perro a la puerta y un jardín lleno de pequeños semi-héroes.
Queremos ser salvadas de perecer en las garras de la malvada soltería.
Queremos ser amas de casa, queridos Superhéroes.
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