lunes, agosto 31, 2009



Principios y Finales


La mujer amaneció ese domingo con todo el sol del día en el corazón y fue a ver a su marido, quien todos los días le dice que la ama. 

El marido ya estaba instalado, como de constumbre, frente a su computadora, (a veces también llamada ordenador). Ella le dijo: "ven, deja un rato la máquina, abracémonos. Hace tanto que no pasamos tiempo juntos. Acurrúcate  conmigo en la cama ahora que los niños están de vacaciones y puedes dormitar un rato más", el marido, un hombre pragmático, disgustaba mucho de perder el tiempo. "No tengo tiempo", le  dijo una vez más —como lo había hecho durante 9 años de matrimonio—,  "tengo que ir a misa y a arreglar unos pendientes."  La mujer insistió, cosa que no solía hacer muy seguido, recordándole que Dios está en todas partes  y que no es necesario ir a la iglesia para rezar. 

El marido escogió iglesia y pendientes y la mujer se quedó llorando su abandono. Entonces supo que ese era el final de su matrimonio. Al llegar, su marido quiso abrazarla, pero ella le dijo que ya no necesitaba sus abrazos. Que se negaba a ser un trofeo polvoriento en un estante, una pantera enjaulada, propiedad de un hombre que afirma amarla pero que en realidad solamente la codicia. Pidió un divorcio y no se lo otrogaron, entonces  marcó su espacio. Delimitó fronteras. Alzó muros entre los dos. Se atrincheró y desde su trinchera lanza balas verbales y asaltos emocionales diariamente. 
El marido lamenta mucho vivir con una mujer que no lo entiende, pero no la deja ir. Le dice todos los días que la ama.

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