La aprendiz de escritora se acercó al Escritor Consagrado, que permanecía con actitud beatífica montado en su pedestal dentro de la Literatura Mexicana, Latinoamérica y algunos países de Europa. En su cabeza brillaba una Corona de Hojas de Laurel hecha de oro puro y en su mano sostenía la Pluma Sagrada con la que plasmaba toda su Sabiduría en papeles finísimos, reservados únicamente para los iluminati.
La aprendiz de escritora no dejaba de observarlo, había algo... algo...
El Escritor Consagrado por fin volteó a verla con cara de "me molesta hablar con los mortales que nada saben de Literatura" y le preguntó qué se le ofrecía.
La aprendiz le dijo que tenía algunas preguntas, que no entendía la diferencia entre algunos términos utilizados por él, sobre todo sobre la minificción, le pidió que la ayudara a entenderlos y le habló de su poeta favorito, que por supuesto, no era él.
El Escritor Consagrado estalló en rabia, se puso colorado y sudoroso, perdió la compostura y estuvo a punto de dejar caer la Pluma Sagrada. Acusó a la aprendiz de cuestionarlo y le dijo que ella no era nadie y que por lo tanto debería respetar su escritura, su trayectoria y el Sitio Especial que El Escritor tenía dentro de la Literatura Mexicana, Latinoamericana y algunos países europeos.
La aprendiz de escritora siguió observándolo en silencio y finalmente le dijo: "Eres un fraude".
Ante esto, el Escritor Consagrado, en el paroxismo de la ira, le pidió que se retirara de su vista.
La aprendiz le dijo tranquilamente, "claro que me voy, pero antes te repetiré que eres un fraude: durante tu rabieta agitaste tanto la cabeza que se cayó una hoja de tu Corona y me di cuenta que está recubierta con pintura dorada. Además, nunca contestaste mis preguntas porque no sabías la respuesta.
Diciendo esto, la aprendiz se alejó del Escritor consagrado, quien de inmediato se puso a revisar su Corona mientras la aprendiz pensaba que tal vez era hora de aprender otro oficio.
Muy bueno y trajo a la memoria algo parecido... me gustó
ResponderBorrarUn saludo
Peggy Bonilla
Muy cierto. Pero es mucho más fuerte y terrible al revés, cuando el aprendiz se acerca al escritor consagrado y descubre que la corona es de verdad, que de cerca es más imponente aún. Esos momentos en mi vida los he atesorado con fuerza.
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