Gavilán o Paloma
que vuelve a quien lo toma
gavilán o paloma;
pobre tonto,
ingenuo charlatán,
que fui paloma por querer ser gavilán.
--José José
La pequeña señorita Equis se asoma remilgosamente al espejo. Sabe exactamente qué es lo que verá. Sabe que la superficie clara y brillante le devolverá su imagen justo como ella lo merece: Unos ojazos claros —del color que se desprende de las alas de las mariposas, habría dicho uno de esos hombres comunes, pero que ella calificaba como buen amante.— Y aquí habría que hacer una clasificación muy clara, una distinción precisa, entre lo que se puede considerar como un buen amante y lo que se puede considerar como un buen amante, porque como ya todos sabemos, si en algo podría decirse que la Pequeña Equis era experta, era en amantes. Los conocía a todos, los tímidos, los dulces y los imponentes, los ligeros como gotas de agua y los soberbios como mujeres cincuentonas. Los conocía a cada uno de ellos, esa lista enorme, anónima, sin nombres para recordar.
Recordaba al primero, por supuesto, al que tomó su virginidad en el asiento trasero del viejo Granada (qué cliche tan gringo, que cursilería tan grande entregar tu himen a los dioses del amor carnal en el asiento de un automóvil) o, ¿sería ese el primero? Sí y no. Porque Equis perdió su virginidad no una, no dos sino tres veces.
¿Cómo es posible? Muy sencillo. Tómese primero a una estudiante de tercer semestre de preparatoria, a una niña educada en colegios de monjas, una niñita naive pero con todo el calor de Dios entre las piernas; tómese entonces a esta chaparrita pecosa y dótela de una curiosidad enorme por el sexo opuesto. La niña, claro está, creció sin haber posado sus ojos vírgenes sobre un pene. Fue la mayor de cuatro sin varón en casa y sus ojos vírgenes morían por dejar de serlo.
Pues decíamos tómese a esta niña, pero en realidad quien la tomó fue el guerito W casi casi a la fuerza. A la fecha no está muy claro el motivo, pero o de tanto que Equis se acostumbró a tener las piernas cerraditas el himen o el pene batallaron para cumplir su cometido. El pene intentó e intentó, claro, pero el pequeño himen rígido de tabú y de terror y fortalecido por 17 años de catecismo, resistió valerosamente los embates hasta que su dueña primero suplicó, luego gritó y más tarde ordenó que se suspendiera la sesión e intentara continuarse alguna otra vez por favor por favorcito.
Pero el joven Pene (teniendo en su acervo de conocimientos dos clases y media de Psicología con el profesor Ojitos) estaba seguro de que el sexo, de no ser consumado, causa un trauma indeleble en las niñas y las deja frígidas, y como estaba seguro de que Equis estaba destinada a ser una gran amante, no quería truncar su carrera.
Está bien. Está bien. A la una... (abro bien las piernas y me pongo en posición de abdominales)... a las dos (qué curioso objeto tan grotesco pero tan suavecito)... y a las tres (¡aaaaay!, ahora sé cómo deben sentirse los caballitos del carrousel con el palo atravesado) ¿Y eso fue todo? ¿Tantos siglos de controversia, pasión y literatura para uno dos tres duele y a un lado? Ugggh, ¿qué es esto mojadito que tengo entre las piernas?
Y así fue la primera vez de la primera vez.
La segunda vez de la primera vez no fue nada más afortunada. Ese que ya mencionábamos en el párrafo pasado, el Cachanilla Boy con tres cervezas y muy mal aire acondicionado decidió otorgarle el trofeo de su masculinidad a esa muchacha gordita que lo amaba tanto. Los calzones de las frutitas de Cachanilla Boy lucharon contra las braguitas rosas tres caídas a una en el asiento trasero del viejo Granada. Afuera soplaba un viento Santana y a lo lejos se divisaba la sirena de una Patrulla del Municipio de Mexicali. El himen de nuevo necio, siguió causando problemas a la cortesana recién estrenada. Pero esta vez, por lo menos estaba preparada así que cerró los ojos, apretó la quijada y repitió “no me duele no me duele no me duele” hasta que el el acto estuvo consumado.
La tercera caída fue más benévola. En primer lugar, por fin fue en una cama. Una cama muy pegadita al techo de una habitación muy pequeñita donde el Niño Flor Gringo que había escogido para ser su novio vivía en el garage de la casa. Su madre, la Gringa Hippy, tarde o temprano se cansaría de sus acrobacias amorosas y lo correría de su casa. Coger con una muchachita redonda y color de rosa es algo muy bonito. Coger, en general, es algo muy bonito. Por supuesto, esta narradora solo puede inferir que el sexo es muy bonito porque su vida sexual es tan emocionante como la de las tortugas.
Todo esto lo piensa la Pequeña Señorita Equis al mirarse al espejo, sabiéndose atractiva, sabiéndose también con un derrieré poco común pero eso qué importa cuando hay suficiente rímel en los ojos, cuando la sonrisa de dientes parejos y los labios gruesos y bien delineados se ofrecen jugosos en un pequeño pout que a todos les parece encantador.
La pequeña Equis ha leído “Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus”. Pero ese libro no le dijo nada. La Pequeña Equis sabe que los hombres y las mujeres somos terrenales, apasionados. Cogelones. Sabe que sólo basta la promesa coqueta de uno ojos enormes para que un murmullo de voces susurre a su oído que es la más hermosa y para que esas manos deseosas de acariciarla toda saquen presurosas las carteras de la bolsa trasera y paguen uno tras otro los martinis. Martinis, cigarros y varones. Qué rica combinación. “Tan sólo unas copas y esta mujercita deliciosa es mía gratis y sin tarjeta de control del centro de salud”, se murmura a sí mismo El Muchacho En Turno, mientras acaricia la espalda de nuestra inocente Equis.
Llega la hora de partir. La música se termina y hay que llegar a casa antes de que amanezca. “Tu carro o el mío, muchachita hermosa, capullito de rosa, la mujer que tanto había esperado, a qué hotel quieres ir a coger, mi cielo, mi virgencita pura, en qué hotel quieres pasar las próximas dos horas (porque en realidad la lana ya no me alcanza para que pasemos la noche juntos y no es que no lo quisiera, sabes, no es que tenga yo una esposa y dos hijos con gripa y un trabajo pinche al que debo llegar a las seis de la mañana, nada de eso, no es que no quisiera despertar con una vieja loca que conocí en un bar y sentirme culpable y tener que acompañar de nuevo a mi mujer a misa para alivianar mi culpa, no, no es eso, y tampoco es que tenga miedo de que te embaraces y te conviertas en una fatal atraction cualquiera y me andes buscando por todas partes con un cuchillo para cogerme una y otra vez, así que mejor nada más cogemos mientras estás borrachita y cuando se te baje ni te vas acordar de mi cara, aunque estoy muy guapo, ¿sabes?), ¿eh mamacita, eh pedacito de cielo, mi única, mi primera, mi mujer dulce y santísima?”
Y entonces —y aquí nuestra pequeña Equis sonríe seductoramente al recordarlo— sucede el milagro (mucho ojo lectores míos, mucho ojo, jóvenes apuestos y damitas deseosas de conocer el secreto tras esa sonrisa encantadora, tras ese look de niña inocente con cara de durazno invitando a ser mordido):
Noche a noche, seductor a seductor, la Pequeña Equis posa sus enormes ojos bien maquillados con Revlon y rímel sansouci sobre el rostro transfigurado del amante en ciernes y con la voz melosa de las colegialas susurra al oído lleno de testosterona que si quiere el joven, pueden dormir juntos, e incluso retozar un poco, ciertamente los manoseos y los apapachos están permitidos, pero ya tratándose de otra cosa pues el rollo es distinto, “y no porque no me gustes, sabes (no porque piense yo que te huelen los pies o la boca, o que no vas a tener una erección con tanta cerveza que traes en la barriga hinchada, y ni siquiera porque de plano me de sueño coger a estas horas de la noche, o tampoco porque se me haya olvidado el condón o porque de plano no me excites), al contrario, pienso que serías un amante fabuloso, pienso que me harías venir durante horas y que tu lengua es ya un pez enfurecido esperando devorarse la carnada de mi diminuto clítoris delicioso, pero ya sabes como son las cosas, en esta época de látex ya uno no puede arriesgarse a pescarse un buen SIDA, hay muchas enfermedades venéreas, ya no solo te chingas con el SIDA; la gonorrea se ha vuelto a poner de moda y ¿qué me dices del Herpes simplex? La Sífilis was here primero que nosotros y hasta de una hepatitis podríamos contagiarnos. Además yo leí en la revista SELF que los vellos púbicos acarrean muchos microbios y sabes, papacito lindo, no me gustaría tener que andar mañana rascándome las ladillas en mi taller literario. ¿Sabes que las camas de los hoteles están llenas de ácaros? Además, tú y yo apenas si nos conocemos, así que, corazón de mi vida, mejor dame otro besito y no seas tan promiscuo. Ay, por cierto, muchas gracias por las treinta y seis cervezas y los whiskeys que le compraste a mis amigas. Los martinis estaban deliciosos. Me encantó que me compraras flores y aunque el mariachi no era muy bueno la canción me gustó mucho. Eres un galán muy guapo, disfruté mucho tu compañía, pero debo ir a casa antes de que amanezca porque, después de todo:”
“fui educada en Colegio de monjas.”
Y como les decía, queridos lectores, La pequeña señorita Equis sonríe deleitosamente mientras su imagen fresca se asoma desde el espejo, sonríe y sabe, con esa certeza que solo poseen los locos y los santos, que el secreto de la vida no está en lo que uno hace, sino en lo que no hace.
Afuera, en algún lugar de esta ciudad dormida, arden las llamas de una serie de amantes frustrados que han enarbolado al fin las enseñanzas de aquél filósofo, San José José, que tan sabiamente exclamó: “pobre tonto, ingenuo charlatán, que fui paloma, por querer ser gavilán…”.
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