viernes, noviembre 28, 2008



ELLA ES UNA DIOSA


Desde la primera vez que la vi supe que no era de este mundo. Lo supe cuando me miró a los ojos, así tan descaradamente, con esa mirada directa y terrible que suele uno encontrarse en los ojos de las diosas. Más tarde, la Diosa decidió hacerme su víctima.

Afrodita, Palas Atenea, la Coatlicue, ninguna se compara, pues sólo ella es única e indivisible.

La veo llegar cada mañana, sonriente y despeinada, con sus pantalones rotos y sus lentes oscuros, con sus botas gastadas y su olor a flores. Sé que sólo ella es la única, la diosa entre las diosas. Palas Atenea, la hermosa Afrodita, la terrorífica Coatlicue y hasta la exótica diosa Maya palidecerían con tan sólo echarle una mirada. ¿Qué no se dan cuenta? ¿Qué no ven los rayos luminosos que despide? Sólo ella, con toda la injundia de las de su especie, ha decidido dejar su penthouse con aire acondicionado y dos carros a la puerta en el Paraíso y venirse a vivir a la Tierra para juguetear con nosotros los mortales.

Tal vez ustedes me consideren loco. Tal vez se imaginen que estoy obsesionado, Ustedes se preguntarán qué fue exactamente lo que me hizo descubrir esa naturaleza suya tan poco humana. No se cómo explicarlo. Contrario a lo que nos enseñan en primaria, los dioses no se elevan a voluntad ni utilizan sus poderes como brujas de utilería. No les salen rayos por los ojos ni de sus manos brotan los milagros. No se visten con túnicas blancas ni utilizan pequeñas sandalias doradas. Más bien prefieren los pantalones de mezclilla con agujeros en las bolsas y generalmente visten de negro.

Las diosas no tienen cuerpos perfectos. No serían contratadas por ninguna agencia de modelos. Más bien son redondas y chaparritas, se alimentan con tostadas de almejas y cocacolas recién ordeñadas. En realidad, su peso les tiene sin cuidado, su cuerpo las mortifica sólo en el momento en que no pueden cerrarse los pantalones. Entonces deciden inscribirse a clases de aerobics y exclaman, indignadas, que el sólo precio de las inscripciones es suficiente como para dar derecho a cualquiera a tener los cuerpos que se les pegue la gana. Uno debería —dicen enojadas— pagar por el derecho a adelgazar sin estar a dieta en lugar de pasarse el día haciendo sacrificios. Eso habría que dejárselo a los mortales. Entonces las nubes se tornan oscuras y de las alturas brotan truenos y relámpagos. Hasta que a las diosas se les pasa el coraje y todo vuelve a ser como antes. La playa es de nuevo la playa y el sol, el mar y las nubes se colocan de nuevo en sus lugares indicados.

Las diosas son muy contradictorias. De pronto se te aparecen frente a ti con toda la intención de seducirte y luego te dan la espalda porque así como te tomaron, así te han olvidado.

Las diosas prefieren la plata que el oro y no se pintan mucho la cara. No lo necesitan. A sus treinta años están orgullosas de sus pecas y sus pequeñas arrugas, lo cual sólo sirve para confirmar su verdadera condición de diosas.

Las diosas cambian de opinión rápidamente. Son apasionadas con todas sus ideas y las defienden hasta el final, pero son tan ligeras que así como pueden tomar algo y guardarlo en su corazón, lo pueden abandonar como el niño que abandona sus juguetes.

Los corazones de las diosas son como grandes edificios de departamentos donde siempre habrá uno destinado para ti, pero ni se te ocurra pensar que serás el único inquilino. Las reglas por las cuales se rigen son las reglas de ese corazón-edificio, y les es sumamente importante que te lleves bien con todos los vecinos.

Las diosas escuchan a Velvet Underground algunas tardes y prenden incienso de sándalo en su oficina. Nosotros les erigimos pequeños altares en nuestro corazón y derramamos nuestras añoranzas sobre el rastro que dejan a su paso con pequeños trozos de nuestro espíritu convertidos en pétalos de rosa.

Las diosas son distraídas y generalmente caminan por los pasillos sin poner la más mínima atención en nada. Viven en un mundo especial lleno de música, libros en idiomas extraños y viajes al ciber-espacio. Su oficina está llena de toda suerte de objetos exóticos, como piedras de colores, incienso y diccionarios. Las paredes de sus recintos están cubiertas con las pruebas de sus encantos. En su corcho puedes encontrar el testimonio de cada uno de sus milagros: fotografías con el Jefe de Jefes, tarjetas de embajadores, ofrendas de sus fieles y otros testimonios de su condición inmortal.

Las diosas se comunican con los gatos. Solamente a ellos acarician de la manera que a tí te gustaría que te acariciaran, y aunque generalmente se muestran absolutamente indiferentes, de pronto las diosas deciden divertirse un rato y entonces se lanzan de nuevo al mundo con los ojos llenos de seducción. Si tú eres el seleccionado sabes que el tuyo será el más dulce de los sacrificios. Sabes que te permitirá retozar con ella y cubrirá tu cuerpo de bendiciones. Entonces tú te sentirás inmortal por un rato y a su lado te sentirás también todopoderoso. En sus brazos descubrirás los secretos del universo y beberás de sus labios la fuente misma de la vida. Y gozarás tu sacrificio aunque sabes, lo sabes, que al día siguiente no podrás recordarlo y que para ella volverás a ser el mismo mortal insignificante.

Entonces la seguirás viendo recorrer los pasillos, con la cabeza llena de mariposas blancas, llenando con su risa las paredes de verdades, acompañando sus pasos con música de flauta.

Y sólo tú sabrás y sólo ella sabrá su justa posición en la vida. Y te resignarás a verla como siempre, tan lejos y tan cerca, con sus pantalones rotos y su cara lavada y sus caderas undulantes que tienen el poder de convertir en sal a quien se atreva a violar el recinto de luz que las protege. Y desearás ser atrapado una vez más por esas piernas blancas como postes de luz como troncos como seda. Y te quedarás mudo y absolutamente callado al verla pasar a tu lado, mientras tú, humilde mortal pegado como calcomanía a las paredes, te preguntas si todo habrá sido un sueño. Pero ella volteará justo entonces, y por sólo un segundo, te mirará directamente a los ojos y en su mirada habrá miles de minúsculos cascabeles que bailan y entonces sabrás que sí, estás ante una diosa y que, aunque parezca que no tiene tiempo siquiera para verte, las diosas siempre se acuerdan de sus fieles.

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