sábado, junio 27, 2009




Alas

A veces puedo ver mis alas: un par de membranas frágiles y transparentes. 

No son unas alas grandiosas y no están cubiertas de hermosas plumas blancas como las que he visto en los libros de catecismo. Tampoco son poderosas. No podrían siquiera provocar una ventisca.

No son vistosas o coloridas, como las de las mariposas. Más bien son un par de apéndices portátiles, a veces innecesarias, un poco incómodas en ocasiones y difíciles de mantener planchadas.

Sin embargo, las requiero.

Desde el momento mismo en que tomé la decisión de volar, supe que tenía tres opciones y aunque debo confesar que al principio me inclinaba más hacia la levitación, finalmente me decidí por las alas porque siempre me han parecido una alternativa más estética.

Levitar me parecía peligroso. ¿Cómo asegurarme de mantener la cabeza arriba y las extremidades colocadas en el lugar apropiado? Mi ya de por sí baja autoestima me hizo sentir terror ante la idea de pasar flotando patas arriba frente a un grupo de voladores experimentados.

La capa me parecía aún más complicada. Aunque su uso me asegurara una firme posición horizontal de vuelo con la espalda bien dispuesta hacia las estrellas y una línea de desplazamiento que marcara claramente la distinción entre el Arriba y el Abajo, esta opción aumenta el riesgo de caer en ese hoyo negro que es el mal gusto.

Y es que en cuestión de capas, basta con analizar los imperdonables errores estéticos que han cometido sus entusiastas a través del tiempo para darnos cuenta de la importancia de no salir al espacio para hacer el ridículo.

Está bien, por ejemplo, vestir mallón azul con capa roja, siempre y cuando uno lo combine con botas y calzones en color carmín y se coloque un escudo amarillo con una S dibujada en el pecho, ¡pero atreverse a salir con traje negro, la capa rasgada y un antifaz con  orejitas debería ser penado!

Yo les invito entonces, amables lectores, a que mediten a fondo sobre la cuestión estética en esto de las modalidades de vuelo.

Y es que volar nunca ha sido problema. Lo difícil es decidirse. Nadie volamos porque a todos nos han dicho que no podemos hacerlo, pero en realidad, volar es simplemente echar un brinco y olvidarse de volver al suelo.

Después del despegue, permanecer elevado es mucho más sencillo. Mi método favorito es crear una burbuja de aire en mi vientre y jugar con ella, lanzándola de arriba a abajo dentro de la cavidad torácica para controlar la altura y la velocidad del vuelo. Pero lo que  disfruto  más, es tenderme boca arriba con los brazos y piernas extendidas y la cara hacia las estrellas, flotando suavemente sobre una alfombra de aire para observar las nébulas y las galaxias, redibujarndo  el mapa del firmamento y jugando un poco con las constelaciones, cambiándoles de nombre y forma, robándole el arco a Sagitario, recorriendo las piernas de Virgo y haciendo de Piscis una cena deliciosa.

Pero entonces empezaron los problemas.

A mí me dio por volar todas las noches y a mis vecinos por indignarse cuando me veían flotar por encima de sus tejados. Los niños creyeron que era una bruja y los hombres una voyeur ingeniosa, pero el verdadero inconveniente surgió cuando las amas de casa empezaron a verme llegar por las mañanas, despeinada, llena de luces, con una sonrisa extática y con las alas manchadas de polvo estelar o chorreando tras mis chapuzones en la vía láctea.

Se formó entonces el Comité de Damas Decentes Contra Vuelos Nocturnos.

Los Dirigentes de la Ciudad prohibieron abrir las ventanas después de la caída del sol. Todos los seres de la ciudad con capacidad de vuelo fuimos encerrados en celdas sin ventanas. Fue una cacería de brujas, o más bien de alas y capas. Todos nosotros, los que alguna vez fuimos libres, ahora hemos sido derrotados por esa masa gelatinosa que suele ser la vida moderna. Somos tan sólo fragmentos de lo que alguna vez fuimos. Nosotros, antes libres y completos, hemos quedado rotos, desvalidos, dañados para siempre. Convertidos en seres cuasi-humanos. 

Un puñado de miseria vencido por un sistema monstruoso que no tiene pies, alas, capas ni cabeza.

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